El psicólogo le dijo, que tal vez al emerger por coño de su madre, había aspirado meconio, que por eso fumaba tabaco negro y que siempre tenía esa expresión de estar como oliendo a mierda.
Un carácter amargo, una naturaleza crítica, sombría, un análisis de la vida siempre vista a través del tubo del colon, ese humor agrio, estomacal, flatulento, de digestiones pesadas, ígneas, gaseosas, putrilimas, perteneciente a las profundas calderas del organismo, un proceso incómodo, infraestructural, una concepción de la vida verdaderamente asquerosa de incorporación, elaboración y expulsión.
Esa era la base de su temperamento, desde la elección de una simple marca de tabaco, hasta el tono de su vestimenta a juego con un color de piel amojonado, amén de sus vapores corporales, sobre todo el axilar que puede planchar a un gorila. De todo esto, lo que puede aflorar es un excelente dramaturgo o un columnista de escatología ciudadana o quizás un industrial elaborador de piensos para perros viejos y malhumorados, o un astrónomo que analiza los gases y la carroña estelar de gastadas estrellas hasta la explosión de resplandecientes supernovas, o el forense amante de cadáveres demacrados, cirujano digestivo, fabricante de retretes, amante del lado oscuro, siderúrgico, empleado de metro, inspector de alcantarillado, novelista de underground o tomador por culo etc.
¡Hasta luego monos sombríos!
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